Ay, Camila!
Por Fabio Rosenstein
Una vez me dijeron que la actuación es un camino de ida. Esto significa que no es posible un punto de retorno. Uno puede alejarse o incluso desarrollar otro oficio, aunque la mirada siempre queda: uno piensa como actor. Es posible conmoverse ante el momento cúlmine del drama o verse atrapado por la historia, sí. Sin embargo, será difícil no reconocer el diseño dramatúrgico que hay detrás o la técnica aplicada por el artista. ¿Se puede disfrutar entonces la experiencia? Hay quienes aseguran que sí, que, de hecho, se optimiza el disfrute al comprender el recorrido y también hay quienes lamentan tornarse demasiado analíticos al observar siempre los hilos.
Lo cierto es que se produce algo así como una “experiencia aumentada” en la que todo lo que percibíamos antes de emprender el camino al arte incluye, ahora, una mirada desdoblada.
Voy al teatro “El extranjero” ingreso a la sala y me sientan en una de las sillas que componen una de las dos filas que se han agregado, precisamente sobre el escenario. Me agrada, hay una propuesta determinada, hay un director, pienso. La semana pasada estuve en esa misma sala y la disposición de butacas era la clásica, el escenario se dejaba ver inmenso con una puesta en escena montada de punta a punta. Aquí, pienso nuevamente, se busca intimidad. Hay una luz tenue y un camino de tela que pisará luego nuestra actriz.
Pronto esa luz se apaga y, en completa oscuridad, un grito desgarrador acelera mi corazón, mi acompañante también me toma fuerte de la mano. Luego, con los latidos aún bajando, celebro esa ceremonia inaugural. Ay no, me dio miedo, pero ¡joder, esto sí es teatro! Sí, siento y no dejo de observar en paralelo.
Veo una mujer con vestido blanco, antiguo, con un decir musical tan bello que podría hablar distinto idioma y conmoverme de todas formas, pienso, otra vez.
Estamos en la segunda época del rosismo en la Argentina del Siglo XIX, nos habla Camila, una mujer de la alta sociedad en su exilio. Ha huido junto al sacerdote Ladislao para poder vivir el amor que el orden establecido no les permite.
Este unipersonal atraviesa distintos lugares y momentos: el recién mencionado exilio, la prisión y los primeros años. El texto es una composición que dispara la imaginación y habilita el juego para la intérprete. Se traen a escena varios personajes en forma de diálogos y el recurso se justifica por el carácter lúdico y sensible del personaje protagónico.
La dirección escapa de la monotonía que pudiera otorgar este género, hay varios pasajes marcados que hacen avanzar el conflicto de la obra y lo más llamativo es que lo hace apelando a la imaginación. Cualquiera podría pensar que si el texto abarca un solo personaje sería indicado valerse de muchos recursos: una vasta escenografía, elementos llamativos de utilería, música en escena o efectos de sonido que acompañen tamaña responsabilidad para un solo artista.
No, aquí basta un espacio vacío que no es una decisión aleatoria. Si lo que sostiene la pieza es nuestra actriz, ¿qué mejor que jugar de lleno a ese juego? Que los personajes estén sin estar, que la utilería y la escenografía también sean parte de este código.
Este tipo de decisiones son parte de la intimidad y el clima poético que se busca lograr, pero fundamentalmente hacen lucir el trabajo de la actriz.
Para finalizar, quisiera dedicar estos últimos párrafos a un trabajo de tanta belleza como es el de Carla Haffar. Con ello comprenderán el porqué de la introducción de mi reseña.
Uno suele ver los hilos de cada trabajo y muchas veces es un disfrute un tanto mental. Sin embargo cuando algo nos conmueve, nos desarma. Como ocurre en el amor, dejamos de explicarnos las cosas y nos volvemos un tanto irracionales. Esta entrega no nos hace perder criterio, como se podría pensar. Es un salto al vacío de quien decide separar su razón porque esta ya no resulta suficiente para albergar tanto que nos pasa. Es, llamativamente, una etapa superadora de la razón. Una entrega consciente y sincera, como el crítico de Ratatouille probando el plato que lo hace viajar a su niñez.
Quizás, todas las palabras que dije en el comienzo sean desarmadas por los hechos, tal como nos ocurre con lo que creemos entender de la vida y lo que esta luego nos presenta.
Cuando comprendí que la construcción del personaje era sólida, que el texto estaba perfectamente dicho y lleno de matices, desactivé mi razón y me dispuse entonces a viajar. Pude oír la música y sentir la belleza, se produjo un hecho artístico de esos que trascienden un contexto. Dejé de ser la persona que fue a ver un espectáculo con mis circunstancias y me alejé una hora del tiempo y del espacio. Ese viernes ocurrió el famoso aquí y ahora que es la magia del teatro. Hubo comunión y se produjo ese ritual original de representación original de este arte.
Las licencias de mirada a público y la transición de emociones shakesperianas de nuestra actriz, me conectaron con la esencia del ser humano. No era sólo un texto en el marco de un espectáculo, era la vida misma representada en una historia. En definitiva, el teatro es sólo una excusa para contar la vida. Cuando esto sucede, el teatro como espacio físico desaparece, y, paradójicamente, el teatro como arte, está más vivo que nunca.
📍¿Dónde? El Extranjero (Valentín Gómez 3378 - CABA).
⏰¿Cuándo? Viernes 20.00 hs
🎟️Las entradas se pueden conseguir a través del portal Alternativa Teatral o en la boletería del teatro. ➡️ https://publico.alternativateatral.com/entradas67216-ay-camila?o=14
Ficha técnica
Autora: Cristina Escofet | Actúa: Carla Haffar | Banda de sonido: Sergio Vainkoff | Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo | Diseño de luces: Leandra Rodriguez | Maquillaje: Cholumakeap | Fotografía y diseño gráfico: Pablo Cernadas | Asistencia técnica: Ariel Chavarría | Prensa: Paula Simkin | Producción: Korinthio Teatro | Producciones: Pablo Cernadas | Asistencia de dirección: Antonella Fagetti | Dirección general: Pablo Razuk